IV. BRASIL
1) ORACIONES A NUESTRA SEÑORA APARECIDA
PATRONA DE
BRASIL
17. ¡Nuestra Señora Aparecida¡ En este momento tan
solemne,
tan excepcional, quiero abrir ante vos, oh Madre,
el corazón de este pueblo, en medio del cual quisisteis morar
de un modo tan especial —como en medio de otras naciones
y pueblos— así como en medio de aquella nación de 1a que yo
soy hijo. Deseo abrir ante vos el corazón de la Iglesia y el corazón
del mundo al que esa Iglesia fue enviada por vuestro Hijo.
Deseo abriros también mi corazón. ¡Nuestra Señora Aparecida!
¡Mujer revelada por Dios, que habríais de aplastar la cabeza
de la serpiente (cf. Gén 3, 15) en vuestra Concepción Inmaculada!
¡Elegida desde toda la eternidad para ser Madre del Verbo Eterno,
el cual, por la Anunciación del ángel, fue concebido en vuestro
seno virginal como Hijo del hombre y verdadero hombre!
¡Unida más estrechamente al misterio de la Redención del hombre
y del mundo al pie de la cruz, en el calvario!
¡Dada como Madre a todos los hombres, sobre el calvario,
en la persona de Juan, Apóstol y Evangelista!
¡Dada como Madre a toda la Iglesia, desde la comunidad
que se preparaba a la venida del Espíritu Santo,
la comunidad de todos los que peregrinan sobre la tierra,
en el transcurso de la historia de los pueblos y naciones,
de los países y continentes, de las épocas y de las generaciones!...
¡María! ¡Yo os saludo y os digo “Ave” en este santuario
donde la Iglesia de Brasil os ama, os venera y os invoca
como Aparecida, como revelada y dada particularmente a él!
¡Como su Madre y su Patrona! ¡Como Medianera y Abogada
junto al Hijo de quienes sois Madre! ¡Como modelo
de todas las almas poseedoras de la verdadera sabiduría y,
al mismo tiempo, de la sencillez del niño y de esa entrañable
confianza que supera toda debilidad y sufrimiento!
Quiero confiaros de modo especial a este pueblo y esta
Iglesia,
todo este Brasil, grande y hospitalario, todos estos vuestros hijos
e hijas, con todos sus problemas y angustias, trabajos y alegrías.
Quiero hacerlo como Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia
universal, entrando en esa herencia de veneración y amor,
de dedicación y confianza que, desde hace siglos, forma parte
de la Iglesia de Brasil y de cuantos la componen, sin mirar las
diferencias de origen, raza o posición social y en cualquier parte
que habiten de este inmenso país. Todos ellos, en este momento,
mirando hacia Fortaleza, se interrogan: ¿a dónde vais?
¡Oh
Madre! ¡Haced que la Iglesia sea para este pueblo brasileño
sacramento de salvación y signo de la unidad de todos los hombres,
hermanos y hermanas de adopción de vuestro Hijo, e hijos del
Padre celestial! ejemplo de Cristo, sirviendo constantemente
al hombre, sea la defensora de todos, en especial de los pobres y
necesitados, de los socialmente marginados y desheredados. Haced
que la Iglesia de Brasil esté siempre al servicio de la justicia entre
los hombres y contribuya al mismo tiempo al bien común de todos
y a la paz social.¡Oh Madre! Abrid los corazones de los hombres
y haced que todos comprendan que solamente en el espíritu del
Evangelio y siguiendo el mandamiento del amor y las
bienaventuranzas del sermón de la montaña, será posible construir
un mundo más humano, en el que sea valorizada verdaderamente
la dignidad de todos los hombres. ¡Oh Madre! dad a la Iglesia,
que en esta tierra brasileña realizó en el pasado una gran obra
de evangelización y cuya historia es rica de experiencias, que
realice sus tareas de hoy con nuevo celo y amor por la misión
recibida de Cristo. Concededle, a este fin, numerosas vocaciones
sacerdotales y religiosas, para que todo el Pueblo de Dios pueda
beneficiarse del ministerio de los dispensadores de la Eucaristía
y de las que dan testimonio del Evangelio.
¡Oh
Madre! ¡Acoged en vuestro corazón a todas las familias
brasileñas! ¡Acoged a los adultos y a los ancianos, a los jóvenes
y a los niños! ¡Acoged también a los enfermos y a quienes viven
en soledad! ¡Acoged a los trabajadores del campo y de la industria,
a los intelectuales en las escuelas y universidades, a los
funcionarios de todas las instituciones! Protegedles a todos.
¡No dejéis, oh Virgen Aparecida, por vuestra misma presencia,
de manifestar en esta tierra que el amor es más fuerte que la muerte,
más poderoso que el pecado! No dejéis de mostrarnos a Dios,
que amó tanto al mundo hasta el punto de entregarle su Hijo
Unigénito, para que ninguno de nosotros perezca, sino que tenga
la vida eterna (cf. Jn 3, 16). Amén.
Juan Pablo II, Brasil, 4 de julio de 1980
http://juanpablo2do.blogspot.com/2008/05/oracion-la-virgen-de-copacabana-juan.html
18. Oh incomparable Señora de la Aparecida.
Madre de mi Dios, Reina de los Ángeles,
Abogada de los pecadores, Refugio y Consolación
de los afligidos y atribulados, oh Virgen Santísima
en todas las necesidades.
Acordaos, clementísima Madre Aparecida, que no se consta
que de todos los que han recurrido o,
invocado vuestro santísimo nombre e implorado
vuestra singular protección, fuera ninguno abandonado.
Animado con esta confianza a vos recurro:
os tomo de hoy para siempre por mi madre, mi protectora,
mi consolación y guía, mi esperanza y mi luz en la hora
de la muerte. Así pues, Señora, libradme de todo lo que pueda
ofenderos y a vuestro Hijo mi Redentor y Señor Jesucristo.
Virgen bendita, preservad este vuestro indigno siervo,
esta casa y sus habitantes, de la peste, hambre, guerra, rayos,
tempestades y otros peligros y males que nos puedan flagelar.
Soberana Señora, dignaos dirigirnos en todos los negocios
espirituales y temporales; libradnos de la tentación del demonio,
para que, trillando el camino de la virtud, por los merecimientos
de vuestra purísima Virginidad y de la preciosísima Sangre
de vuestro Hijo, os podamos ver, amar y gozar en la eterna
gloria, por todos los siglos de los siglos. Amén.
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